- Salí de la cárcel hace unos días, este es mi primer empleo, y quiero llevarla a bailar. - Se lo dice de frente y sin tapujos. Pocas y profundas son las arrugas que se dibujan en su piel curtida por el sol y el viento del desierto. Es la primera vez que lo escuchan hablar. Antes de que termine las tres breves frases, el maestro de obra se acerca.
-Que se le ofrece.
-Un costal de yeso jefe.
Con un movimiento de cabeza hacia la bodega, le autoriza a coger el material. Apoyándose sobre el escritorio de Rosaura, el maestro de obra, sonriendo, deja ver su muela de oro y la dentadura amarilla.
-¿La estaba molestando el indio señorita?-
- No, en absoluto,- y Rosaura continua realizando sus cálculos y cuentas.
Mientras los empleados se comunican a gritos y albures con el radio encendido a todo volumen, el indio yaqui trabaja en silencio. Pasa el día modelando con paciencia y precisión volutas y flores que adornaran las cornisas del lugar.
Se construye un conjunto de restaurantes temáticos. Un par de semanas antes de que las obras estén listas para abrir al público, Rosaura instala una improvisada oficina en un rincón. Ella está ahí, para resolver problemas inesperados y controlar tiempos y costos. En los cinco años que tiene cuidando la contabilidad de la empresa, ha recibido un par de invitaciones de los trabajadores y alguna de los jefes. A los primeros se les veía el doble filo, de conocer hasta donde con el cuerpo y a los segundos hasta donde con el dinero. Eso sí, todos la tratan con amabilidad y los mismo come en manteles largos con los inversionistas y arquitectos, que tacos recalentados junto al fogón improvisado de los trabajadores.
Con el costal al hombro, el yaqui sube el andamio. De reojo ve a Rosaura que sigue con la mirada su trayectoria.
De Ciudad Juárez solo conoce el camino del aéreo-puerto al centro comercial, aunque le gustaría pasear por la ciudad, le asustan las cifras alarmantes de las desaparecidas y muertas. “Para que arriesgarse”. Cuando todos se marchan, escucha al maestro de obra regañando al yaqui.
- ¿Algún problema maestro?
- Ninguno señorita.
- Que tengan buena tarde señores.
Se acerca el fin de semana y el viernes es su cumpleaños, quiere aceptar la invitación pero el yaqui ni la mira, ella duda si él todavía espera una respuesta, busca un motivo y un momento pero los ojos del maestro de obra siempre lo vigilan.
Al terminar el día, espera encontrar al indio fuera de la obra, vagabundea en el centro comercial , ve aparadores, compra alguna revista y nada. “Lo encuentro en un lugar público, evito que me acompañe de regreso, el no sabe donde me hospedo. ¿Que puede pasarme?” Su curiosidad es cada vez mayor.
Es viernes y Rosaura llega temprano, “Sí. Me gustaría ir a bailar con usted. Lo espero hoy en la plaza central, junto a la Catedral a las 8 pm.” dice el mensaje que lleva en su bolso. Quiere festejar. Sube el andamio y deja el sobre sin rotular en un lugar visible solo para él. Nadie sabe su nombre, todos lo llaman “El yaqui”.
El día transcurre y Rosaura espera una mirada, una señal, algo que le haga saber que leyó el mensaje, pero él, sigue ensimismado en sus pétalos y hojas.
Con un vaporoso vestido amarillo claro estampado con flores, se mira al espejo , gira para ver los volantines que tiene arriba de las rodillas. Lo compró para la ocasión. “Estúpida, y más que estúpida, treinta y dos, buen trabajo, medianamente guapa… y muy estúpida”. Limpia sus mejillas y las vuelve a polvear, dos caminos negros de rimmel ha estropeado su maquillaje. Llama recepción y pide un taxi.
Camina al lugar de la cita. El yaqui serio, la espera, su cabellera negra con leves manchas grises en los costados esta lustrosamente peinada hacia atrás, sus grandes pómulos, lo hacen parecer un rostro tallado en madera.
-Buenas noches. Siento llegar tarde. No sabía si usted vendría.
-Gracias por venir señorita.- Sus labios se relajan en una apenas una luna menguante.
-Rosaura.
-…Rosaura,- tira la colilla del cigarrillo y la apaga con la punta de sus botas recién lustradas, extiende la mano.- …Guadalupe es mi nombre.
Rosaura mira alrededor y el yaqui le hace una seña invitándola a caminar
-Esa es la catedral…- continua el recorrido con la mirada y con el índice señala,- el palacio de gobierno.
Con la mano en su espalda, le indica el camino, percibe el sobresalto de la mujer y guarda sus manos en los bolsillos del pantalón.
Aquí esta Rosaura, en la ciudad fronteriza, frente a la plaza de armas acompañada de un indio yaqui recién salido de la cárcel.
- Y bien Guadalupe, ¿dónde me llevará a bailar?
- A dos cuadras señorita. Es un gran salón…con orquesta. Podemos ir caminando.
Al llegar, Rosaura camina tras él que le abre paso entre decenas de parejas: tacones altos, brillantina, labios rojos, vestidos de colores brillantes, sombreros de ala ancha. Jóvenes y veteranos sudando a ritmos tropicales.
El yaqui encuentra una mesa junto a la orquesta, Rosaura prefiere la del fondo.
Después de una cerveza finalmente se envalenta y la lleva a la pista.
-¿Dónde se enseño a bailar Guadalupe?, ¿de donde es usted?, ¿cómo aprendió su oficio?,¿Quién le arregla su ropa, tan limpia y almidonada?
- Responde cortés y con pocas palabras a cada pregunta de Alicia.
-Pues yo mismos señorita, ¿quien va a ser?
Uno de los albañiles de la obra disfruta también la noche.
-Pínche yaqui, tan calladito el cabrón y se aleja para que no lo vean.
Después de algunas cervezas y varios bailes, Rosaura se atreve…
-¿Porque estuvo en la cárcel?
- Un border-guard me agarro cuando ayudaba a un muchacho a cruzar la frontera. Yo nunca he ido al otro lado, pero conozco atajos; me crié cerca del rancho San Bernardino, camino a Agua Prieta. Del sur llega gente queriendo pasarse al gabacho. Les ayudaba por dinero… hay niños que vienen buscando a sus familiares, y uno no sabe que hacer, si ayudarlos, o no. El muchahito debía tener doce, trece años, lo único que quería era encontrar a su padre … Cuando cruzamos anochecía, una linterna nos alumbró. -¡Levante la manos!,- me gritó el border-guard .- Sabía que si corría hasta los arbustos, no me vería, pero estaba el muchacho, no quise ponerlo en peligro, la border-guard con el arma apuntándome gritó nuevamente, -¡Levante la manos!,- creo que no sabía otra cosa en español y disparo.
Corre, escóndete en la maleza.- le dije al niño y camine hacia el guardia con las manos en alto. Siete años de cárcel.
-¿y el niño?,- Guadalupe no respondió, solo levanto los hombros.
Para la media noche, la música pierde velocidad, los ritmos se aletargan y cambian por unos cadenciosos. En silencio bailan, sus alientos se cruzan.
- Sus manos son pequeñas y suaves señorita.- las tiene entre las suyas, ásperas y con callos.
“Aquí estoy, donde matan mujeres, con alguien que estuvo preso”,- A mitad de la balada, Rosaura se despide.
-Ha sido una noche muy linda, gracias Guadalupe.-No, no necesito que me acompañe, tomo un taxi, quédese a disfrutar la noche.- Y sale presurosa.
El yaqui callado como es, se sienta, enciende un cigarrillo y bebe algunas cervezas más hasta que la orquesta deja de tocar y cierran el lugar. Con las manos vacías, camina hasta su cuarto en la orilla de la ciudad.
El Domingo, el yaqui se acerca al centro comercial, a la obra, no sabe dónde buscarla. Ella, inquieta sale pasear; lo recorre el centro en un par de horas, camina por la calle Juárez hasta llegar el puente fronterizo, piensa en que la mitad de la población de Juárez vino con la ilusión de cruzar el río bravo. Con su pasaporte en la bolsa, decide visitar “El paso”. Aburrida de tiendas, entra a una agencia de viajes que promociona un viaje a Alburquerque y Santa Fe, compra su boleto y busca una muda de ropa. En un café-internet envía mensajes a su jefe y a su familia.
Lunes, vuelta al trabajo, el yaqui pasa todo el día atento a su llegada…
El martes escucha al maestro de obras llamar al hotel y preguntar por Rosaura. Ha dejado sus cosas en la habitación, pero no ha ido a dormir las tres noches anteriores.
En la ciudad de los chiles y los coyotes, Rosaura, no olvida y lo acepta, quiere verlo nuevamente. Le compra un regalo. Una pequeña águila tallada en palo fierro.
A mitad de la semana el arquitecto llega a la obra, busca a Rosaura, nadie sabe donde está. Intenta localizarla en su celular, pregunta a su familia. Nada. Preocupado da parte a la policía.
- Ví al yaqui el sábado por la noche con la señorita, estaban en el “Salón”.
- El uniformado les ordena que se acerquen.
- ¿Es cierto lo que dice este hombre?
- Si oficial.
- ¿Y, que pasó?, -¿donde está?
- No se jefe, la señorita tomó un taxi. Yo me quede bebiendo unos tragos.
Cuando lo suben a la patrulla, el yaqui cierra los ojos, “apenas un par de semanas fuera”. No hay nada que pueda decir o hacer en su favor.
Rosaura cruza el puente de regreso, al pasar por migración, mira con desprecio a los gringos garrapatosos que cruzan la frontera hacia el lado mexicano. "También nosotros deberíamos restringir la entrada a ciudadanos indeseables“.
Por la mañana entra fresca y sonriendo a la obra.
-¡Pero donde estabas!. Te hemos buscado por todos lados, nos tienes a todos preocupados.-
- Les envié un mensaje arquitecto, un correo electrónico, algo debió haber sucedido…
Su jefe es el único que la tutea. Mientras el arquitécto enojado le pide explicaciones, ella siente el peso de la mirada de los trabajadores.
-“Ya que te las ingenias para pasarla tan bien” , ahora haber como le haces, el fulano con el que saliste, esta detenido como sospechoso desde hace dos días.
Rosaura aprieta el águila que lleva de regalo. En la comisaría, explica la situación, paga una cuantiosa multa. Callado como siempre, al salir, se cubre los ojos por la intensa la luz del día. Un taxi cruza la ciudad hacia la zona donde vive el indio.
-Lo compre para usted Guadalupe. Siento lo que paso.- y pone sobre su pierna la pequeña escultura. El yaqui cierra el puño, la figurilla queda dentro de su mano. Entran a una zona sin pavimentar y sin postes de electricidad. Ensimismado, frota la figurilla en su mejilla.
- Aquí me bajo, muchas gracias. Vivo cerca de aquí.
- Que lo lleve el taxista a su casa Guadalupe.
- Prefiero caminar, si me permite señorita.
Sin despedirse, ni voltear atrás el yaqui se aleja. La pequeña escultura ha quedado sobre el asiento del auto.
Rosaura acaricia las lisas alas del águila, mira a lo lejos y le pide al taxista que continúe.