martes, 23 de noviembre de 2010

Se alegra el río


Se alegra el río

Martina tiene escondidos un par de ratones grises en el cuarto donde su papá guarda la leña. Los ratones son del tamaño de la palma de su mano que aún es pequeña, de niña de cinco años. El cuarto donde se guarda la leña es oscuro y solo entra luz por una pequeña ventana de madera; cuando la puerta esta cerrada con llave, Martina usa esta ventana para entrar y salir. A los ratones los alimenta con maíz y trigo que roba de la cocina

A Martina le gustan las galletas. Dorotea, su nana, guarda algunas en el delantal y se las regala a escondidas, antes de que la nueva esposa del señor se entere y se enoje. La pequeña guarda las migajas para sus ratones, juega con ellos, los deja entrar en las mangas de su suéter, subir por sus brazos y salir al por su cuello; sus bigotes y patas le hacen cosquillas.

Martina no quiere dejar a sus ratones en la bodega oscura, los guarda en una caja que pone debajo de su cama para que su nana no los vea. Martina y su nana duermen en el mismo cuarto. Su papá y la esposa tienen su habitación propia.

A media noche se escucha un grito, todos corren a ver que pasa. La esposa del papá dice que ha sentido correr algo bajo las sábanas. El padre piensa que deben ser sus pies fríos lo que asusto a su mujer. Sacuden la cama y no encuentran nada. Apenas se han quedado dormidos y otro grito los despierta. La esposa alcanza a dar un manotazo y enciende una vela.

-¡Un ratón, un ratón!- grita señalando el pequeño cuerpo gris tirado cerca de la pared.

La nana ve a Martina que mira al ratón muerto y se lleva el índice a la boca:

-Shhhh, vamos, te llevo a la cama,-y la abraza.

Martina busca debajo y la caja está vacía, mira fijamente a su nana.

-¿era tuyo el ratón?,- la niña asiente y sigue mirando a la nana

-¿tenías otro?-, Martina asiente nuevamente.

-también se escapo, ¿verdad?

Martina no habla. No es que no sepa hablar, es que no quiere hacerlo.

Esa noche no duerme bien, cualquier ruido la sobresalta, temprano por la mañana busca al otro ratoncito entre los sillones, adentro de los cajones, debajo de las cómodas, en la cocina y en el cuarto de la leña deja algo de comida por si regresa mientras su padre pone ratoneras en cada cuarto. Por la tarde entra orgulloso mostrando las trampas con sus víctimas. Cualquiera de los dos podía haber sido su ratón, Martina no es capaz de distinguirlos.

Silenciosa, Martina camina al bosque, junto al estanque se quita su sombrerito y lo deja ir por el , luego su suéter blanco, los calcetines y se alegra agua con sus pañuelos. Sus pies se hunden en el lodo, la corriente ondula su vestido , siente el agua helada en sus piernas, cierra sus ojos, los sonidos del bosque cesan, el agua se aquieta. Escucha el vuelo de un pájaro. La niña extiende sus brazos.

Graznidos cuervos la sorprenden. Martina abre los ojos. Muchos cuervos se han reunido su alrededo.











Gabriela Rodríguez Quirarte

sábado, 22 de mayo de 2010

El águila negra.

- Salí de la cárcel hace unos días, este es mi primer empleo, y quiero llevarla a bailar. - Se lo dice de frente y sin tapujos. Pocas y profundas son las arrugas que se dibujan en su piel curtida por el sol y el viento del desierto. Es la primera vez que lo escuchan hablar. Antes de que termine las tres breves frases, el maestro de obra se acerca.
-Que se le ofrece.
-Un costal de yeso jefe.
Con un movimiento de cabeza hacia la bodega, le autoriza a coger el material. Apoyándose sobre el escritorio de Rosaura, el maestro de obra, sonriendo, deja ver su muela de oro y la dentadura amarilla.
-¿La estaba molestando el indio señorita?-
- No, en absoluto,- y Rosaura continua realizando sus cálculos y cuentas.

Mientras los empleados se comunican a gritos y albures con el radio encendido a todo volumen, el indio yaqui trabaja en silencio. Pasa el día modelando con paciencia y precisión volutas y flores que adornaran las cornisas del lugar.

Se construye un conjunto de restaurantes temáticos. Un par de semanas antes de que las obras estén listas para abrir al público, Rosaura instala una improvisada oficina en un rincón. Ella está ahí, para resolver problemas inesperados y controlar tiempos y costos. En los cinco años que tiene cuidando la contabilidad de la empresa, ha recibido un par de invitaciones de los trabajadores y alguna de los jefes. A los primeros se les veía el doble filo, de conocer hasta donde con el cuerpo y a los segundos hasta donde con el dinero. Eso sí, todos la tratan con amabilidad y los mismo come en manteles largos con los inversionistas y arquitectos, que tacos recalentados junto al fogón improvisado de los trabajadores.

Con el costal al hombro, el yaqui sube el andamio. De reojo ve a Rosaura que sigue con la mirada su trayectoria.

De Ciudad Juárez solo conoce el camino del aéreo-puerto al centro comercial, aunque le gustaría pasear por la ciudad, le asustan las cifras alarmantes de las desaparecidas y muertas. “Para que arriesgarse”. Cuando todos se marchan, escucha al maestro de obra regañando al yaqui.

- ¿Algún problema maestro?
- Ninguno señorita.
- Que tengan buena tarde señores.

Se acerca el fin de semana y el viernes es su cumpleaños, quiere aceptar la invitación pero el yaqui ni la mira, ella duda si él todavía espera una respuesta, busca un motivo y un momento pero los ojos del maestro de obra siempre lo vigilan.

Al terminar el día, espera encontrar al indio fuera de la obra, vagabundea en el centro comercial , ve aparadores, compra alguna revista y nada. “Lo encuentro en un lugar público, evito que me acompañe de regreso, el no sabe donde me hospedo. ¿Que puede pasarme?” Su curiosidad es cada vez mayor.

Es viernes y Rosaura llega temprano, “Sí. Me gustaría ir a bailar con usted. Lo espero hoy en la plaza central, junto a la Catedral a las 8 pm.” dice el mensaje que lleva en su bolso. Quiere festejar. Sube el andamio y deja el sobre sin rotular en un lugar visible solo para él. Nadie sabe su nombre, todos lo llaman “El yaqui”.

El día transcurre y Rosaura espera una mirada, una señal, algo que le haga saber que leyó el mensaje, pero él, sigue ensimismado en sus pétalos y hojas.

Con un vaporoso vestido amarillo claro estampado con flores, se mira al espejo , gira para ver los volantines que tiene arriba de las rodillas. Lo compró para la ocasión. “Estúpida, y más que estúpida, treinta y dos, buen trabajo, medianamente guapa… y muy estúpida”. Limpia sus mejillas y las vuelve a polvear, dos caminos negros de rimmel ha estropeado su maquillaje. Llama recepción y pide un taxi.

Camina al lugar de la cita. El yaqui serio, la espera, su cabellera negra con leves manchas grises en los costados esta lustrosamente peinada hacia atrás, sus grandes pómulos, lo hacen parecer un rostro tallado en madera.
-Buenas noches. Siento llegar tarde. No sabía si usted vendría.
-Gracias por venir señorita.- Sus labios se relajan en una apenas una luna menguante.

-Rosaura.
-…Rosaura,- tira la colilla del cigarrillo y la apaga con la punta de sus botas recién lustradas, extiende la mano.- …Guadalupe es mi nombre.
Rosaura mira alrededor y el yaqui le hace una seña invitándola a caminar
-Esa es la catedral…- continua el recorrido con la mirada y con el índice señala,- el palacio de gobierno.
Con la mano en su espalda, le indica el camino, percibe el sobresalto de la mujer y guarda sus manos en los bolsillos del pantalón.


Aquí esta Rosaura, en la ciudad fronteriza, frente a la plaza de armas acompañada de un indio yaqui recién salido de la cárcel.

- Y bien Guadalupe, ¿dónde me llevará a bailar?
- A dos cuadras señorita. Es un gran salón…con orquesta. Podemos ir caminando.

Al llegar, Rosaura camina tras él que le abre paso entre decenas de parejas: tacones altos, brillantina, labios rojos, vestidos de colores brillantes, sombreros de ala ancha. Jóvenes y veteranos sudando a ritmos tropicales.
El yaqui encuentra una mesa junto a la orquesta, Rosaura prefiere la del fondo.
Después de una cerveza finalmente se envalenta y la lleva a la pista.
-¿Dónde se enseño a bailar Guadalupe?, ¿de donde es usted?, ¿cómo aprendió su oficio?,¿Quién le arregla su ropa, tan limpia y almidonada?
- Responde cortés y con pocas palabras a cada pregunta de Alicia.
-Pues yo mismos señorita, ¿quien va a ser?
Uno de los albañiles de la obra disfruta también la noche.
-Pínche yaqui, tan calladito el cabrón y se aleja para que no lo vean.

Después de algunas cervezas y varios bailes, Rosaura se atreve…
-¿Porque estuvo en la cárcel?
- Un border-guard me agarro cuando ayudaba a un muchacho a cruzar la frontera. Yo nunca he ido al otro lado, pero conozco atajos; me crié cerca del rancho San Bernardino, camino a Agua Prieta. Del sur llega gente queriendo pasarse al gabacho. Les ayudaba por dinero… hay niños que vienen buscando a sus familiares, y uno no sabe que hacer, si ayudarlos, o no. El muchahito debía tener doce, trece años, lo único que quería era encontrar a su padre … Cuando cruzamos anochecía, una linterna nos alumbró. -¡Levante la manos!,- me gritó el border-guard .- Sabía que si corría hasta los arbustos, no me vería, pero estaba el muchacho, no quise ponerlo en peligro, la border-guard con el arma apuntándome gritó nuevamente, -¡Levante la manos!,- creo que no sabía otra cosa en español y disparo.
Corre, escóndete en la maleza.- le dije al niño y camine hacia el guardia con las manos en alto. Siete años de cárcel.
-¿y el niño?,- Guadalupe no respondió, solo levanto los hombros.

Para la media noche, la música pierde velocidad, los ritmos se aletargan y cambian por unos cadenciosos. En silencio bailan, sus alientos se cruzan.
- Sus manos son pequeñas y suaves señorita.- las tiene entre las suyas, ásperas y con callos.

“Aquí estoy, donde matan mujeres, con alguien que estuvo preso”,- A mitad de la balada, Rosaura se despide.
-Ha sido una noche muy linda, gracias Guadalupe.-No, no necesito que me acompañe, tomo un taxi, quédese a disfrutar la noche.- Y sale presurosa.
El yaqui callado como es, se sienta, enciende un cigarrillo y bebe algunas cervezas más hasta que la orquesta deja de tocar y cierran el lugar. Con las manos vacías, camina hasta su cuarto en la orilla de la ciudad.

El Domingo, el yaqui se acerca al centro comercial, a la obra, no sabe dónde buscarla. Ella, inquieta sale pasear; lo recorre el centro en un par de horas, camina por la calle Juárez hasta llegar el puente fronterizo, piensa en que la mitad de la población de Juárez vino con la ilusión de cruzar el río bravo. Con su pasaporte en la bolsa, decide visitar “El paso”. Aburrida de tiendas, entra a una agencia de viajes que promociona un viaje a Alburquerque y Santa Fe, compra su boleto y busca una muda de ropa. En un café-internet envía mensajes a su jefe y a su familia.

Lunes, vuelta al trabajo, el yaqui pasa todo el día atento a su llegada…
El martes escucha al maestro de obras llamar al hotel y preguntar por Rosaura. Ha dejado sus cosas en la habitación, pero no ha ido a dormir las tres noches anteriores.

En la ciudad de los chiles y los coyotes, Rosaura, no olvida y lo acepta, quiere verlo nuevamente. Le compra un regalo. Una pequeña águila tallada en palo fierro.

A mitad de la semana el arquitecto llega a la obra, busca a Rosaura, nadie sabe donde está. Intenta localizarla en su celular, pregunta a su familia. Nada. Preocupado da parte a la policía.
- Ví al yaqui el sábado por la noche con la señorita, estaban en el “Salón”.
- El uniformado les ordena que se acerquen.
- ¿Es cierto lo que dice este hombre?
- Si oficial.
- ¿Y, que pasó?, -¿donde está?
- No se jefe, la señorita tomó un taxi. Yo me quede bebiendo unos tragos.

Cuando lo suben a la patrulla, el yaqui cierra los ojos, “apenas un par de semanas fuera”. No hay nada que pueda decir o hacer en su favor.

Rosaura cruza el puente de regreso, al pasar por migración, mira con desprecio a los gringos garrapatosos que cruzan la frontera hacia el lado mexicano. "También nosotros deberíamos restringir la entrada a ciudadanos indeseables“.

Por la mañana entra fresca y sonriendo a la obra.
-¡Pero donde estabas!. Te hemos buscado por todos lados, nos tienes a todos preocupados.-
- Les envié un mensaje arquitecto, un correo electrónico, algo debió haber sucedido…
Su jefe es el único que la tutea. Mientras el arquitécto enojado le pide explicaciones, ella siente el peso de la mirada de los trabajadores.
-“Ya que te las ingenias para pasarla tan bien” , ahora haber como le haces, el fulano con el que saliste, esta detenido como sospechoso desde hace dos días.

Rosaura aprieta el águila que lleva de regalo. En la comisaría, explica la situación, paga una cuantiosa multa. Callado como siempre, al salir, se cubre los ojos por la intensa la luz del día. Un taxi cruza la ciudad hacia la zona donde vive el indio.
-Lo compre para usted Guadalupe. Siento lo que paso.- y pone sobre su pierna la pequeña escultura. El yaqui cierra el puño, la figurilla queda dentro de su mano. Entran a una zona sin pavimentar y sin postes de electricidad. Ensimismado, frota la figurilla en su mejilla.

- Aquí me bajo, muchas gracias. Vivo cerca de aquí.
- Que lo lleve el taxista a su casa Guadalupe.
- Prefiero caminar, si me permite señorita.

Sin despedirse, ni voltear atrás el yaqui se aleja. La pequeña escultura ha quedado sobre el asiento del auto.

Rosaura acaricia las lisas alas del águila, mira a lo lejos y le pide al taxista que continúe.

domingo, 18 de abril de 2010

Después de todo... él me ha cuidado todos estos años...



foto grq


La misma ruta del tren la trae de regreso a casa. Elbia escucha el sonido de las vías sobre los durmientes. Doce años han pasado, desde que ella, amarrada a la cintura de su padre cruzo el río Xuchiate. Habían esperado varios días a que la lluvia cesara y la corriente del río disminuyera, con ellos iban otras personas que también viajaban a la frontera.


Con una mano su papá la sujeta y con la otra carga la mochila donde guardan una muda de ropa y sus papeles oficiales. Aunque ha dejado de llover, la corriente aún es intensa. Al llegar al otro lado del río, el padre busca alojamiento y comida, esperan el siguiente tren que los llevará a la frontera de México con Estados Unidos.



Se escucha un alboroto, se acercan a la multitud para ver que sucede, han encontrado un cadáver en la orilla del río, la gente pregunta si alguien le conoce. Al ver al muerto, Elbia se asusta, y suelta la mano de su papá, se aleja solo unos pasos atrás de la muchedumbre. Una manaza le tapa la boca, es un hombre con tatuajes, la esconde en un camión debajo de una falsa carga de tomates. El trayecto es largo, otros niños van con ella, nadie sabe donde los llevan.

Desde hace una semana, Elbia esta encerrada en un cuarto sin baño ni ventanas, una vez al día le pasan un bote para sus necesidades. Otros niños entran y salen de la habitación, un día el hombre del tatuaje la mete a la cajuela de un auto y la lleva a una casa elegante donde un señor mas viejo que su padre pero bien vestido la revisa: le pide que abra la boca y que se quite el vestido.

- Veinte mil. Como habíamos quedado…- le entrega un fajo de billetes.- Lárgate ya.- El hombre del tatuaje cuenta el dinero,- dieciocho, diecinueve, veinte.-

- Te me portas bien nenita, haces todo lo que el patrón te pida,- y avienta al piso un amarrado con alguna ropa de Elbia.

- Sabe donde encontrarme patrón, por si se le ofrece otra cosita...


Aquel hombre me dejó descansar un par de semanas, comí suficiente, el viejo revisaba diariamente si me había bañado, si me lavaba los dientes. En cuanto recuperé un poco de peso, todo cambió; tenía el día para mi, pero en las noches, al oír el rechinar de la puerta, sabía que no pararía... al principio solo me hacia cosas.. pero a medida que paso el tiempo, las noches se volvieron violentas. Un día mi cuerpo no pudo mas y no tuve fuerza para levantarme.


Elbia muestra a su padre las cicatrices que tiene en el pecho.


El hombre del tatuaje fue por mi, y entrego en mi lugar otra niña menor que yo.

- Tienes que mejorar tu salud, verás que bien nos va a ir si trabajamos juntos nenita,- y aunque se metía a mi cama por las noches, al menos no me golpeaba; hasta me preguntó por mi cumpleaños y me regaló un oso de peluche y ropa de niña.Habían pasado casi dos años desde que salimos del pueblo. Todavía no cumplía los doce.


Cuando estuve fuerte, comencé a trabajar. Debía sacar por lo menos siete mil pesos al día, cobraba 1,500 por un rato y 2500 por un algunas horas; si era turista él lo negociaba; entonces cobrara mas caro. Mi lugar era el eje vial numero tres y reforma.



Desde que deje de parecer una niña y mi cuerpo cambió, cambiaron también los sitios de trabajo y mis clientes; ahora gano mucho menos y trabajo el doble.


- Aquí te olvidaras de todo y comenzarás una nueva vida

Elbia mira el piso de tierra de la casita de su padre.

- Es suficiente con haberte visto nuevamente, me tengo que ir, él me espera. Me dejó venir a verte con la promesa de que regresaría. Después de todo... él me ha cuidado todos estos años...


Llueve. En el borde del paraguas que nos cubre, veo la imagen de mi padre y la mía contenida en una gota de agua a punto de caer; nos refleja hasta que su peso es mayor a su fuerza ... y caemos con ella. Otras con la misma gravedad, recorren surcos en mis mejillas. Es hora de partir, nos despedimos.



--- (fin)



Gabriela Rodriguez quirarte oct-09





viernes, 17 de julio de 2009

Cuarto día…



José mira satisfecho la cuarta cruz que acaba de estampar en su calendario de pared. Entre manchas negras del espejo, ve las venas dilatadas de sus sienes, pasa el dorso de su mano ida y vuelta, por debajo del mentón; su naciente barba produce un leve sonido rasposo que lo tranquiliza. Se enjabona el rostro y descubre poco a poco sus mejillas conforme el viejo rastrillo avanza de arriba hacia abajo. La llave del lavabo gotea. Un hilo de sangre encuentra su camino y José pone un trozo pequeño de papel sanitario en la herida. Mira como sus pómulos, se han acentuado.
--Doña, búsqueme un pantalón y un saco… algo decente para ir a buscar trabajo.
El traje es oscuro y está un poco raído, “de seguro que el difuntito, estaba bien mamado”. Sabe que le quedará grande.
--Y una camisa seño. Bara porfa. Ya ve usted.
--Cincuenta pesos.
-- ¡Uuuy!, ¿no tendrá algo mas baratillo?
--Mire, es de terlenka, no la tiene que planchar, además es beige, combina con todo.
--Me llevo solo el pantalón y el saco. Es que nomás traigo cincuenta y necesito algo para el camión.
--Déme cuarenta por el traje. La camisa, llévesela, se la regalo, pa que tenga suerte. Abróchese los tres botones de arriba, se ve mejor, mas presentable.
--Gracias madrecita, que Dios se lo pague.

El traje que compró en la Lagunilla, cuelga de un clavo en la pared. En la mesa, está el periódico abierto en las ofertas de trabajo. José rasga las que eligió y se las hecha al saco. El pantalón se le pliega bajo el cinturón que ahora usa tres orificios adentro.


Cinco días atrás, sentado en el fondo, entre una botella vacía y sus bolsillos sin monedas, era como siempre el último cliente de la cantina.

--Ya vete a tu casa José, es hora de cerrar.-

Con las manos en la chaqueta esperó a que el patrón cerrara la cortina metálica y después se marcho.


José creció en el barrio, justo ahí, en San Cosme, el patrón lo conocía desde niño.
--Ven conmigo, necesitas un baño y dormir un poco, así como estas, no puedes a ningún sitio.- Le dijo cuando lo encontró por la mañana durmiendo en los jardines del templo.
José camino unos metros atrás, no quería avergonzar al patrón. Excremento y orina habían tomado su curso natural mientras dormía.


El patrón lo condujo hasta el cuarto de la azotea, a José le costo subir las escaleras.
--Esa ropa, la tiras a la basura. Ahora te traigo algo limpio. El patrón no dijo palabra cuando vio a José desnudo, a pesar de las obvias marcas de golpes y la delgadez delatada por los surcos entre costilla y costilla.
--Perdón patrón, es que ayer cuando me fui, quisieron robarme, pero cuando vieron que no traía nada, me agarraron a patadas.

--¿Y Margarita? --Me echó de la casa, dice que asusto a los niños. Usted sabe, estos últimos meses no han sido buenos para mi.
-- Puedes quedarte aquí el tiempo que necesites, mientras te recuperas mano. Hoy por ti, mañana por mí.


La mugre apelmazada brilla en las solapas del saco, con su peine de plástico y un poco de agua, se hecha los mechones prematuramente canosos hacia atrás y sacude la caspa que le ha caído en las hombreras.


Es temprano. Entre vapor ve a la tamalera rodeada de sus clientes. Mira hacia ambos lados sin saber que rumbo tomar.

“Cuarto día sobrio” y elije sonriendo al azar uno de los recortes de la bolsa de su saco.

Rodríguez Quirarte Gabriela

sábado, 9 de mayo de 2009

Zapatillas Azules y Zapatos Boleados

¡Hoy es un día especial!, el trapo que los limpió se los susurro como si fuera un secreto, Zapatillas azules y Zapatos Recién Boleados tienen una cita, saben que no se quedaran guardados mas tiempo en el closet.

Zapatillas Azules corre con pasitos apresurados porque no quieren llegar tarde.Zapatos Recien Boleados tropiezan en varias ocasiones por los nervios que tienen. Tanto tiempo…, no quieren verse ridículos, ni pasados de moda, ni anticuados; pero los cierto es que muchos años han pasado desde su último baile juntos. Al llegar a la plaza “Torbellino de notas musicales” temen no reconocerse… se confunden.

Zapatillas azules rechina sus suelas contra el piso al ver unos zapatos de charol, ¡son tan lindos!, no puede ser que Zapatos Recién Boleados haya cambiado tanto.

Las notas musicales comienzan su desfile, conocen varias armonías, todas son hermosas y muy rítmicas, zapatos recién boleados decide probar su suerte y camina con ritmo acompasado observando a todas las chicas, no importa si son sandalias, zapatillas, mira incluso a las botas, él sabe que en cuanto vea a su chica la reconocerá siempre le gusto el brillo metálico de su piel.


Se han localizado, las correas de zapatillas azules se agitan alegres, los cordones de zapatos recién boleados se levantan erguidos.
Ambos corren al encuentro del otro, Torbellino de notas, para festejar el encuentro decide dedicarles un mambo, porque el autor Pérez Prado ¡Uha! era el rey de los zapatos blancos .

Tú sabes como es zapatillas azules, un tanto engreída; y a zapatos recién boleados le encanta lucirse en el baile, a la vista de todos, en el merito centro del Torbellino de notas ellos giran y giran hasta marearse, Zapatillas Azules casi se desmaya, Zapatos Recién Boleados se siente borracho de la emoción. “Parece que fue ayer”.


Zapatillas Azules esta tan contenta que piensa no separarse nunca mas de zapatos recién boleados, pero de pronto es arrastrada en la dirección contraria.
Zapatos recién boleados le dice,- no te vayas, por favor.- y trata de retenerla con sus cordones.

En ese momento escuchan una vos a lejos, como si viniera del cielo,- Lo siento, me tengo que ir,- y Zapatillas Azules llora pero nada puede hacer, no pensó en desabrochar sus cintas a tiempo para escapar con zapatos recién boleados que triste se aleja enfundado en los pies de un hombre que camina con la cabeza baja.

sábado, 25 de abril de 2009

(Para mami en su cumpleaños)

La primera vez


- Ya vas a cumplir tus 47. ¿cuándo piensas hacerlo?.- Sus amigas se lo venían diciendo hace tiempo, hasta su madre se lo recriminó.
Llegó a su cita con diez minutos de anticipación. Estiró las arrugas de su vestido en varias ocasiones, cruzo la pierna a uno y otro lado. No es que su apariencia le importara especialmente en esos momentos, total si de lo que se trataba era de quitarse la ropa.

El sitio no era especialmente bonito, no estaba a la altura de lo que le cobrarían por el servicio, pero en fin. Ahí estaba, recién duchada y maquillada con discreción.
Mientras espera, Olga se sorprende al ver a dos mujeres salir juntas, dar las gracias y acordar un nuevo encuentro. Le parece de mal gusto.
- ¿Olga Medrano?,- la mano de un hombre le indica el camino.
- Por favor, deje aquí sus pertenencias, estarán seguras.

Olga dobla con cuidado su vestido, entre los pliegues de la falda esconde su sostén, dejarlo a la vista le parece un descaro, además, su ropa intrior, no es precisamente de esa clase de lencería llena de encajes. La bata tiene una textura dura, las mangas son tan anchas, que puede ver parte de su pecho por ellas. “!Que tan costoso pueden ser unas batas decentes!" Resuelta sale del vestidor.

-Por aquí, por favor.
-¿Conoce usted el procedimiento?, ¿lo ha hecho con anterioridad?
- Es la primera vez,- dice Olga con indiferencia.
- Bien. Vamos a tratar que no le cause dolor ni molestias. ¿de acuerdo?

Al escuchar las recomendaciones e instrucciones dichas con tanta claridad y precisión,
Olga lo mira por primera vez a los ojos, “podría estar rayando los treinta y cinco” piensa mientras él, le muestra el aparato.

- ¿Me permite?,- y sus pechos quedan al descubierto... ella se ruboriza
- Recuerde que estoy aquí para ayudarla.

El hombre coloca la palma de su mano bajo uno de sus senos, como si transportara una temblorosa gelatina de leche. “Si no hiciera tanto calor, a lo mejor y su apariencia sería mas firme”, piensa avergonzada al ver su pezón distendido.


La máquina comienza a funcionar, una plancha de acrílico transparente baja y le presiona el seno derecho hasta hacerlo parecer tortilla de harina. De pronto,
sin avisar, un joven entra ,sin hacer comentarios retira una placa fotográfica y en su lugar coloca otra, Olga alcanza a ver como la observa por rabillo del ojo, con más curiosidad que interés. “Que repertorio de tetas deben estos dos”.

Estoica, no emite sonidos, ni de dolor ni de ningún otro tipo, se limita a dejarse hacer el pecho izquierdo por aquellas gentiles manos.

Cuando el medico esta cerca, su mente la traiciona “mejor bailamos papito”...
Bueno, después de todo, ¡era su primera vez!


Rodríguez Quirarte Gabriela abril 16, 2009

sábado, 7 de marzo de 2009

MISA DE OCHO

Dolores mira con insistencia el reloj, mientras ella y su marido ven el televisor, sentados en el viejo sillón que heredó de sus padres.
Se levanta y recoge dos botellas vacías, un plato sucio con colillas de cigarro y los lleva a la cocina. Lava los trastes y pasa el trapo por la estufa .
-¡Lola!, tráeme otra cerveza. Al pasar frente al espejo del pasillo, Dolores se pasa la mano por la cabeza para asegurarse de que ningún mechón sale de su cabello recogido en una coleta.
Al entrar al cuarto le sirve la cerveza fría en el tarro cuidando no derramar la espuma. Abre la ventana y guarda en la canasta de ropa sucia los calcetines que el marido acaba de quitarse. Escucha las campanas de la iglesia.

- Voy a misa, al rato vengo.

-Mmm. ¿porqué no vas por la mañana?, ¡que afán el tuyo!

- Me gusta el servicio que dan los domingos por la noche.
- ¡Pues lárgate!, siempre haces lo que quieres ¿no? Le dice mientras se escarba entre los dedos del pie.

Sus zapatillas doradas y un lápiz labial la esperan dentro del bolso que guarda junto a la puerta de salida, en el closet de lo tiliches.
Una cuadra antes de llegar al templo, Dolores guarda las alpargatas que calza, se quita el suéter negro abotonado hasta el cuello.
Las perlas satinadas que hacen juego con sus aretes, bailan sobre su escote y como toque final, se pinta los labios del mismo color rojo de las uñas de sus pies.
Clap, clap, clap, suenan sus tacones al cruzar apresurada la gran plazoleta que alguna vez fue atrio de iglesia.
Un hombre de barba bien recortada, con camisa blanca y zapatos de charol la espera.
-¡Lola!. Ella sonríe.
Coloca su mano en su espalda y la conduce al centro del área, desde las sillas de plástico, público observa.

Tarirarira rara, tarara, a todo volúmen, las caderas se le revelan, cadenciosas marcan el compás.
Tarirarira rara, tarara, pasos complicados, muslos que se tocan, sus senos le rozan pecho; la aleja, la atrae, entre giro y giro bebe su aroma. Hay electricidad en sus pupilas.

El tiempo vuela entre melodías, Dolores escucha el llamado a misa de nueve, mira su reloj.
- Me tengo que ir. Gracias.
El hombre la mira correr. Clap, clap, clap. En el camino, ella se limpia los labios y se cambia los zapatos .
Al pasar frente al templo no se olvida
- Gracias Dios mío,- y se persigna.







Rodríguez Quirarte
marzo 2009