sábado, 7 de marzo de 2009

MISA DE OCHO

Dolores mira con insistencia el reloj, mientras ella y su marido ven el televisor, sentados en el viejo sillón que heredó de sus padres.
Se levanta y recoge dos botellas vacías, un plato sucio con colillas de cigarro y los lleva a la cocina. Lava los trastes y pasa el trapo por la estufa .
-¡Lola!, tráeme otra cerveza. Al pasar frente al espejo del pasillo, Dolores se pasa la mano por la cabeza para asegurarse de que ningún mechón sale de su cabello recogido en una coleta.
Al entrar al cuarto le sirve la cerveza fría en el tarro cuidando no derramar la espuma. Abre la ventana y guarda en la canasta de ropa sucia los calcetines que el marido acaba de quitarse. Escucha las campanas de la iglesia.

- Voy a misa, al rato vengo.

-Mmm. ¿porqué no vas por la mañana?, ¡que afán el tuyo!

- Me gusta el servicio que dan los domingos por la noche.
- ¡Pues lárgate!, siempre haces lo que quieres ¿no? Le dice mientras se escarba entre los dedos del pie.

Sus zapatillas doradas y un lápiz labial la esperan dentro del bolso que guarda junto a la puerta de salida, en el closet de lo tiliches.
Una cuadra antes de llegar al templo, Dolores guarda las alpargatas que calza, se quita el suéter negro abotonado hasta el cuello.
Las perlas satinadas que hacen juego con sus aretes, bailan sobre su escote y como toque final, se pinta los labios del mismo color rojo de las uñas de sus pies.
Clap, clap, clap, suenan sus tacones al cruzar apresurada la gran plazoleta que alguna vez fue atrio de iglesia.
Un hombre de barba bien recortada, con camisa blanca y zapatos de charol la espera.
-¡Lola!. Ella sonríe.
Coloca su mano en su espalda y la conduce al centro del área, desde las sillas de plástico, público observa.

Tarirarira rara, tarara, a todo volúmen, las caderas se le revelan, cadenciosas marcan el compás.
Tarirarira rara, tarara, pasos complicados, muslos que se tocan, sus senos le rozan pecho; la aleja, la atrae, entre giro y giro bebe su aroma. Hay electricidad en sus pupilas.

El tiempo vuela entre melodías, Dolores escucha el llamado a misa de nueve, mira su reloj.
- Me tengo que ir. Gracias.
El hombre la mira correr. Clap, clap, clap. En el camino, ella se limpia los labios y se cambia los zapatos .
Al pasar frente al templo no se olvida
- Gracias Dios mío,- y se persigna.







Rodríguez Quirarte
marzo 2009